martes, 28 de mayo de 2013

LOS DELIRIOS DE LOS CULOS BENDITOS (1)



La muerte heroica de Dominique Venner ha provocado una ola de odio entre las ranas de pilas de agua bendita (2).
Algunos de estos tarados se han expresado en Rivarol (de este 24 de Mayo). Vierten en las columnas de tal periódico, que acogen sin duda a lo mejor y lo peor, su veneno de fanáticos sectarios, cuyos delirios son comparables a los de los zelotes de las otras dos religiones monoteístas. Son unos grandes enfermos. Firman François Berger [«su acción no puede ser defendida ni justificada»], Pierre Labat [«un acto cobarde, odioso (…) que inspira el más profundo asco» (…) «Venner ha muerto como vivió: De manera cobarde y penosa»], Nicolas Bertrand [«los cristianos se indignan por el sacrilegio de su acto», es «una forma de abandono», una «tradición no europea»]. Este miserable no tiene, ante la evidencia, ningún conocimiento de la tradición europea [desde los romanos a las berlinesas matándose para escapar de los rojos], lo que es normal puesto que la suya viene de las orillas del Jordán.
En todo caso, anotemos debidamente los nombres de estas cochinillas.

Pierre VIAL


Notas de los traductores

(0) Texto publicado originalmente en la página electrónica de la organización etno-socialista hermana Terre et Peuple, el lunes, 27 de Mayo de 2013 e. c.
(1) ‘Culos benditos’, del francés ‘culs bénits’, expresión común francesa con la que se denomina coloquialmente a aquellos individuos que se caracterizan por ser devotos en extremo.
(2) ‘Ranas de pilas de agua bendita’, del francés ‘grenouilles de bénitiers’, expresión común francesa con la que se nombra coloquialmente a aquellos sujetos, generalmente de sexo femenino, que pasan la mayor parte de su tiempo en la iglesia como si de ranas con una necesidad casi vital de tal agua se tratara; en pocas palabras, de misa y comunión diarias.

Traducción a cargo de Tierra y Pueblo.

miércoles, 22 de mayo de 2013

PARA SALUDAR A DOMINIQUE VENNER



La grandeza tiene un nombre. Se llama Dominique Venner.

Por su vida y por su muerte, este hombre excepcional nos deja un mensaje que suena en nuestras almas como un rebato. Nos llama a mantenernos en pie, pase lo que pase. A mirar el destino de frente, como aquellos héroes homéricos que eran para él una fuente de inspiración permanente.

Hombre de una gran modestia, como lo son las almas fuertes, en él habitaba un poderoso ideal que era necesario saber descifrar tras sus textos inspirados, sus palabras siempre medidas hasta lo más justo, incluso sus silencios. Pero la leve sonrisa que alumbraba su rostro era, para los iniciados, el signo de un inmenso júbilo.

El camino sin él, pudiera parecer muy apagado pues era portador de una llama que irradiaba. Pero la mejor manera de serle fiel es continuando el camino que, incansablemente, ha trazado, él que hizo de la fidelidad su regla de vida. Intentemos ser dignos de él.
PIERRE VIAL.

¡Descansa en paz, Camarada! ¡Te has reunido con los Gansos Salvajes (1) y velarás por nosotros desde allá arriba! ¡Continuaremos la lucha más que nunca! ¡Que tu gesto de honor nos sirva de ejemplo, tú, el europeo, que has vivido toda tu vida de acuerdo con tus convicciones. Hasta el final, hasta el último sacrificio! ¡Gracias por todo, Camarada!

Terre et Peuple ~ Tierra y Pueblo

 Notas de los traductores

(0) Palabras publicadas originalmente en la página electrónica de la organización etno-socialista hermana Terre et Peuple el Miércoles, 22 de Mayo de 2013 e. c. (Enlace nº 1) (Enlace nº 2).

(1) Las Oies Sauvages, los Gansos Salvajes, versionada en castellano por Tierra y Pueblo:

Gansos salvajes al Norte van.
La Noche oye su grito.
Atento al Viaje. La Muerte está
acá y allá al acecho.

Atento al Viaje. La Muerte está
acá y allá al acecho.
Cae la Noche. Oscuridad.
Viaja, grisácea escuadra.

El Cielo brama y se oyen ya
rugidos de Batalla.
El Cielo brama y se oyen ya
rugidos de Batalla.

Vuela, adelante, armada gris;
pon rumbo a mil y un mares.
Tú, volverás. Yo, no sé...
¿Cuál será mi Destino?

Tú, volverás. Yo, no sé...
¿Cuál será mi Destino?
Mas como Tú, con Lealtad,
marcho hacia la Guerra.

Murmúrame, si he de caer,
la Última Plegaria...
Murmúrame, si he de caer,
la Última Plegaria...

http://www.dailymotion.com/video/x69hpk_les-oies-sauvages-8-rpima_news


Declaración de Dominique Venner



Las razones de una muerte voluntaria

Estoy sano de cuerpo y de espíritu, y estoy lleno de amor hacia mi mujer y mis hijos. Quiero la vida y no espero nada más allá de ella, salvo la perpetuación de mi raza y de mi espíritu. Sin embargo, en el ocaso de esta vida, ante peligros ingentes que se alzan para mi patria francesa y europea, siento el deber de actuar hasta que aún tenga fuerzas para ello. Juzgo necesario sacrificarme para romper el letargo que nos agobia. Ofrezco lo que me queda de vida con intención de protesta y de fundación. Escojo un lugar altamente simbólico, la catedral Notre-Dame de París que respeto y admiro, esa catedral edificada por el genio de mis antepasados en sitios de culto más antiguos que recuerdan nuestros orígenes inmemoriales.

Cuando tantos hombres se hacen esclavos de su vida, mi gesto encarna una ética de la voluntad. Me doy la muerte con el fin de despertar las conciencias adormecidas. Me sublevo contra la fatalidad. Me sublevo contra los venenos del alma y contra los deseos individuales que, invadiéndolo todo, destruyen nuestros anclajes identitarios y especialmente la familia, base íntima de nuestra civilización multimilenaria. Al tiempo que defiendo la identidad de todos los pueblos en su propia patria, me sublevo también contra el crimen encaminado a remplazar nuestras poblaciones.

Como el discurso dominante no puede abandonar sus ambigüedades tóxicas, les corresponde a los europeos sacar las consecuencias que de ello se imponen. No poseyendo una religión identitaria a la cual amarrarnos, compartimos desde Homero una memoria propia, depósito de todos los valores en los cuales podremos volver a fundar nuestro futuro renacimiento rompiendo con la metafísica de lo ilimitado, origen nefasto de todas las derivas modernas.

Pido de antemano perdón a todos aquellos a quienes mi muerte causará dolor, y en primer lugar a mi mujer, a mis hijos y nietos, así como a mis amigos y fieles. Pero, una vez desvanecido el choque del dolor, estoy convencido de que unos y otros comprenderán el sentido de mi gesto y trascenderán, transformándolo en orgullo, su pesar. Deseo que éstos se concierten para durar. Encontrarán en mis escritos recientes la prefiguración y la explicación de mi gesto.

domingo, 19 de mayo de 2013

TATENOKAI - LA SOCIEDAD DEL ESCUDO.



La Sociedad del Escudo que he formado está compuesta por menos de cien miembros, no dispone de armas y es el ejército más pequeño del mundo. A pesar de acoger a nuevos miembros todos los años, he decidido no superar los cien afiliados, pues no deseo mandar a más de cien hombres.
No se les paga nada. Sólo se les proporciona un uniforme estival y otro invernal, birretes, botas y un uniforme de combate. Este último es extraordinariamente vistoso y fue diseñado por Tsukumo Iragashi, el único estilista japonés que creó uniformes para De Gaulle. La bandera de nuestra Sociedad es simple: un blasón rojo sobre seda blanca. Yo diseñé personalmente nuestro emblema, que consiste en un círculo que encierra dos antiguos yelmos japoneses. El mismo dibujo aparece en los birretes y en los botones. Para ser miembro de la sociedad de los Escudos es conveniente ser estudiante universitario. Ello obedece a una razón bastante obvia: se es joven y se dispone de tiempo. Quien trabaja no puede concederse arbitrariamente largos periodos de vacaciones. Para ser admitido en la Sociedad se requiere además cumplir un mes de ejercicios militares en un regimiento de infantería del Ejército de Defensa y luego aprobar un examen.
Una vez convertido en miembro de la sociedad, se participa en una asamblea mensual donde se consagra a alguna actividad encomendada a grupos de diez; al año siguiente se pasa un nuevo periodo de adiestramiento en el Ejército de Defensa. Actualmente, los miembros de la Sociedad se están ejercitando para la marcha que se llevará a cabo sobre la terraza del Teatro Nacional el 3 de noviembre. La Sociedad del Escudo es un ejército preparado para intervenir en cualquier momento. Es imposible prever cuándo entrará en acción. Tal vez nunca. O tal vez mañana mismo. Hasta ese momento, la Sociedad del Escudo no cumplirá ningún otro cometido. Ni siquiera participará en las demostraciones públicas. No distribuirá octavillas. No lanzará cócteles molotov. No arrojará piedras. No hará manifestaciones contra nada ni nadie. No organizará comicios. Sólo participará en el encuentro decisivo. Este es el ejército espiritual más pequeño del mundo, compuesto por jóvenes que no poseen armas sino músculos bien templados. La gente nos insulta llamándonos “soldaditos de plomo”. Como comandante de los cien hombres, cuando me toca pasar un mes junto a los miembros del Ejército de Defensa me levanto como todos al toque de diana de las seis de la mañana, o a veces a las tres, cuando hay una convocatoria de emergencia, y corro con ellos cinco kilómetros… (Yo, habitualmente, no me despierto antes de la una de la tarde).
En efecto, en la vida civil me dedico a la redacción de largas, larguísimas novelas, que me parecen interminables. Durante la noche selecciono las palabras una a una, sopesándolas igual que haría un farmacéutico con sus drogas sobre una balanza sumamente sensible, para después unirlas. Logro conciliar el sueño cuando ya ha llegado la mañana.
Sé que debo mantener un equilibrio constante entre mi actividad en la Sociedad de los Escudos y la calidad de mi trabajo literario. Si este equilibrio se quebrara, la Sociedad del Escudo degeneraría hasta convertirse en la distracción de un artista, o bien yo terminaría por transformarme en un político. Cuanto más comprendo las sutiles funciones de las palabras, con mayor claridad veo que frente a la realidad, el artista es absolutamente irresponsable, como un gato. En mi calidad de artista, no me sentiría responsable ni siquiera aunque el mundo se derritiese como un helado. Pues he sido yo, en efecto, el que le dio el gusto que deseaba a ese helado… En cambio, asumo toda la responsabilidad en lo que respecta a la Sociedad del Escudo. Es una obligación que me he impuesto libremente. Y es imposible que yo pueda sobrevivir a todos sus miembros.
Después de haber fundado esta pequeña agrupación, comprendí que la ética de un movimiento, cualquiera que ésta sea, se halla condicionada por el dinero. Jamás he aceptado de nadie ni un solo céntimo para nuestro grupo. Los fondos de que disponemos provienen en su totalidad de mis derechos de autor. Esta es la razón económica por la que no puedo permitir que los miembros sean más de cien.
En mayo de este año fui invitado a una reunión de estudiantes de la izquierda más radical, con los que me enzarcé en un emocionante debate. Cuando transcribí tal encuentro en un libro, la edición se convirtió en un best-seller. Decidí, de acuerdo con los estudiantes, repartir a partes iguales los derechos de autor. Probablemente con ese dinero habrán comprado cascos y fabricado cócteles molotov; yo, por mi parte, compré los uniformes estivales para la Sociedad del Escudo. Todos me dicen que no hice un mal negocio.
La hipocresía del Japón de posguerra me provoca náuseas. No creo que el pacifismo sea una hipocresía en sí mismo, pero estoy convencido de que, a causa del abuso que han hecho los exponentes de la izquierda y la derecha, de nuestra pacífica Constitución, usada como un pretexto político, no existe en el mundo un país donde el pacifismo se haya convertido tan perfectamente en sinónimo de hipocresía como en Japón. En este país, la condición de vida más respetada y segura es la de los pacifistas, que reniegan de la violencia y asumen posiciones parecidas a las de los partidos de izquierda. Es cierto que en ello no habría nada de censurable. Pero cuanto más crece el conformismo de los intelectuales, más me pregunto si un intelectual no tiene el deber de someter a crítica este conformismo y de elegir una existencia más aventurada. Y, por si esto fuera poco, hoy se difunde estúpidamente, entre otras cosas, el denominado “socialismo de salón” de la élite intelectual, cuya influencia social es notoria. Las madres gritan que no es lícito poner armas de juguete en las manos de sus niños, y que la obligación de colocarse en fila y de ser reconocidos por un número en la escuela son reminiscencias del militarismo, y por ello ahora los escolares se reúnen en ocioso desorden, como parlamentarios.
Alguien objetará: “¿Pero por qué tú, que eres un intelectual, no te limitas a realizar una actividad verbal?” Como hombre de letras, sé demasiado bien que en Japón todas las palabras han perdido su peso y se han convertido en elementos falsos y sin trascendencia, como ese plástico que imita al mármol. Además, se las utiliza de modo que un concepto oculta otro, pues así, quien las escribe, se procura una coartada para abrirse cualquier posibilidad de fuga. En cada palabra se ha infiltrado la falsedad, como el vinagre en las verduras. En mi condición de hombre de letras, creo que nada más que en las palabras perfectamente falsas de las obras literarias; como ya indiqué, estoy convencido de que la literatura es un mundo absolutamente alejado de la lucha y de la responsabilidad. Y éste es el motivo que me induce a amar, de la literatura japonesa, sobre todo la tradición del refinamiento. Si todas las palabras que se refieren a la acción se han corrompido, es necesario, para resucitar la otra tradición de Japón, es decir, el mundo de los guerreros y los samuráis, actuar en silencio, sin la ayuda de las palabras y corriendo el riesgo de que se produzca alguna confusión. En mi ánimo anidaba desde hacía tiempo la convicción de que, como consideraban los samuráis, justificarse a sí mismo es un acto de bajeza.
Impulsado por una fuerza interior, comencé a dedicarme al kendo. Lo practico desde hace trece años. Este arte, modelado sobre el de los antiguos guerreros, consiste en el dominio de una espada de bambú y no requiere palabras; gracias a él, he sentido renacer en mí el antiguo espíritu de los samuráis. La prosperidad económica ha transformado a los japoneses en comerciantes y el espíritu de los samuráis se ha extinguido por completo. Ahora se considera anticuado arriesgar la vida para defender un ideal. Los ideales se han convertido en una especie de amuletos adecuados únicamente para proteger la vida de los peligros que la acechan.
Sólo cuando los estudiantes, erróneamente considerados los tranquilos continuadores de la obra de los Maestros, se enfrentaron a los intelectuales con una violencia aterradora, éstos se dieron cuenta (aunque ya era tarde) de que para defender las propias ideas es necesario estar dispuesto a sacrificar la vida.
Los actuales desórdenes estudiantiles recuerdan el periodo en que los sofistas, los antagonistas de Sócrates, aislaron a los jóvenes en el ágora y éstos se rebelaron. Pero yo creo que la vida de los jóvenes –y no sólo de los jóvenes sino de todos los intelectuales debe transcurrir entre el gimnasio y el ágora. Defender la propia opinión con opiniones representa una contradicción de método: yo soy de los que creen que una opinión debe defenderse con el cuerpo y las artes marciales. Mediante este razonamiento llegué espontáneamente a entender la noción que en la estrategia militar se conoce como “invasión indirecta”. Vista desde el exterior, ésta parece una lucha ideológica encubierta dirigida por una potencia extranjera, mientras que esencialmente es (al menos respecto a Japón) una batalla entre quien intenta violar la identidad nacional y quien se esfuerza por defenderla. Tal estrategia asume las formas más variadas y complejas, pues a veces provoca una lucha popular que adopta la máscara del nacionalismo y en otras se convierte en un combate de milicias irregulares contra un ejército regular.
Sin embargo, se puede afirmar que en Japón la modernización del siglo XIX echó por tierra el concepto de milicias irregulares y que fue así como el ejército regular asumió una importancia exclusiva. En la actualidad, una tradición similar se ha extendido incluso al Ejército de Defensa. A partir del siglo XIX Japón dejó de tener una milicia popular, a tal punto que en la Segunda Guerra Mundial el Parlamento aprobó una ley para enrolar voluntarios sólo dos meses antes de la derrota. Los japoneses consideramos que los ejércitos irregulares, que son las fuerzas adecuadas para las nuevas formas de guerra del siglo XX, deben emplear las simples estrategias del ejército convencional. Mi concepción de la milicia popular recibió siempre las críticas de todos aquellos con los que he conversado sobre el tema, que querían convencerme de que en Japón tal milicia no podría llevarse a la práctica. Les rebatía ese argumento afirmando que yo crearía una, sólo con mis fuerzas. Y éste fue el origen de las Sociedad del Escudo.
En la primavera de 1967, a los cuarenta y dos años, obtuve un permiso especial para participar durante dos meses en las maniobras del Ejército de Defensa, siendo admitido en una división de infantería como alumno oficial. Mis compañeros eran todos jóvenes de poco más de veinte años. Compartí hasta el límite de mis posibilidades su adiestramiento; corrí, marché y participé incluso en un entrenamiento para rangers. Fueron experiencias muy duras, pero logré superarlas. Se me ocurrió entonces que era imposible que jóvenes de veinte años no lograran realizar aquello que había sido capaz de hacer un hombre de cuarenta y dos. De mis experiencias deduje que, con un mes de prácticas, los jóvenes ignorantes de cualquier disciplina militar estarían en condiciones de conducir pequeños pelotones de hombres, y con la ayuda de expertos estudié y perfeccioné en seis meses un plan racional de ejercicios.
En la primavera de 1968 realicé mi primer experimento: me dirigí a un cuartel en las laderas del Fujiyama con una veintena de estudiantes y comencé el adiestramiento. Los militares nos recibieron con un evidente escepticismo. Pensaban que esos jóvenes, cuya educación de posguerra les había enseñado a evitar todo esfuerzo físico y a sustraerse a toda disciplina, no podrían sobrellevar un mes de severa vida militar.
Pero, para su sorpresa, esos jóvenes superaron la prueba comportándose como espléndidos jefes de pelotón durante simulaciones de combate en las que, después de una marcha de cuarenta y cinco kilómetros y una carrera de dos kilómetros, había que desarrollar diversas estrategias de ataque a una posición enemiga. Transcurrido ese mes nos separamos con gran pesar de los oficiales instructores y de los suboficiales, estrechándonos las manos con lágrimas en los ojos. En los años siguientes volví a llevar una vida de cuartel con los nuevos inscritos en la Sociedad, y adquirí el hábito, para mí insólito, de participar en sus ejercitaciones más difíciles. A continuación, en el otoño de 1968, bauticé a nuestro grupo con el nombre de Sociedad del Escudo. En Europa, un fenómeno semejante sería inconcebible. En Japón, como he dicho, aparte del Ejército de Defensa, no existen jóvenes civiles que hayan recibido adiestramiento militar, ni siquiera de un mes, a excepción de los inscritos de la Sociedad del Escudo. Por tanto, a pesar de ser sólo cien, la importancia militar de nuestro grupo es relativamente grande. En caso de necesidad, cada uno de ellos podría ponerse a la cabeza de cincuenta hombres y ocuparse de cumplir servicios auxiliares o de vigilancia, o de realizar incursiones o dedicarse a la información. Pero el objetivo fundamental de mi esfuerzo al crear esta asociación fue volver a encender la llama del espíritu de los guerreros, que en el Japón moderno se está extinguiendo.
Por último, deseo narrar un episodio que me parece adecuado para reflejar el carácter de nuestra Sociedad. Este verano fui huésped del cuartel que se halla emplazado en la ladera del monte Fujiyama en compañía de una treintena de estudiantes. El primer día nos dedicamos a cumplir un arduo entrenamiento bélico, bajo un cielo de fuego. Al regresar al cuartel cenamos y tomamos un baño, y después algunos estudiantes se reunieron en mi habitación. Sobre la llanura reverberaban relámpagos violáceos, se oían truenos lejanos y nos llegaba más cercano el canto de los grillos. Después de haber conversado sobre la dificultad de conducir un pelotón, un estudiante de Kioto extrajo una flauta travesera de un elegante estuche con forma de bolsa. Se trataba de un antiguo instrumento de Gagaku, la música de la corte; en la actualidad son muy escasas las personas que saben tocarlo. El estudiante confesó que había comenzado a estudiarlo alrededor de un año antes y que a menudo lo tocaba cuando llegaba el primero al lugar donde solía encontrarse con su novia, en un antiguo templo en los alrededores de Kioto, pues era la señal para que ella pudiese saber dónde estaba él. Vibraron las primeras notas de la flauta. Era una melodía antigua, melancólica y encantadora, una música que evocaba la imagen de un campo otoñal rociado de escarcha. Había sido compuesta en la época del Genji Monogatari, en el siglo XI, y había acompañado a la danza Olas del mar azul en la que se exhibió el protagonista de la obra, el Príncipe Esplendoroso.
Escuchando absorto el sonido de esa flauta, tuve la impresión de que el Japón de la posguerra jamás había existido, y que en esa música se hacía realidad (si bien por unos instantes) la feliz y perfecta armonía entre la elegancia y la tradición guerrera. Era exactamente eso lo que mi alma había buscado desde hacía muchos años.
Yukio Mishima

viernes, 3 de mayo de 2013

EL CLUB BILDERBERG TOMA DE NUEVO EL GOBIERNO DE ITALIA.



El nuevo gobierno italiano es encabezado por un miembro del club Bilderberg como digno sucesor de un gobierno ejercido por Mario Monti, un empleado del banco "norteamericano" Goldmann Sachs.

El miembro italiano del Club Bilderberg, Enrico Letta, acaba de asumir el cargo de Primer Ministro de la República de Italia con éstas palabras:

"En estos días he pensado en el personaje bíblico David.
Como él, y con él, nos encontramos en el Valle de Elah, en la espera de enfrentar a Goliat".

Una imagen vale mas que mil palabras.